martes, 29 de marzo de 2016

Estados de Ánimo..



I  

   Miro el atardecer con la inquietud de un perro ciego que lanza injurioso la mordida sin saber exactamente a quién clavará los dientes. Me sirvo otro ron. Del librero tomo al azar un libro. Es Confabulario de Juan José Arreola. Abro en la página 53. Leo: “Hay un diablo que me castiga poniéndome en ridículo”. Cierro el volumen. Voy a la ventana. Miro la tarde. Hace frío. Le doy un sorbo a la bebida. El ron me parece detestable. Aviento con vesania el vaso a la pared. Se rompe en mil pedazos. Dios estará en la casa del vecino oyendo seguramente música ranchera. Y no va a venir a aliviarme la depresión. No quiere líos. Por ahora.



  II

Salgo a la calle. Camino. Viene hacia mí una mujer.
    –He perdido un dornajo siciliano –dice.
   Alzo los hombros.
    –Yo he perdido cuatro noches –digo.
   La mujer es ahora la que alza los hombros. Se va. Aprisa. Levanto una piedra del suelo. La arrojo contra la primera ventana que encuentro. Del edificio sale alarmado un hombre.
    –He sido yo –digo.
   Se acerca.
    –No veo la razón –indica.
   El hombre huele a cerveza.
    –Se lo explico con una copa en la mano –digo.
   Nos introducimos a su habitación. Hay otros tipos más adentro. Juegan a las cartas. La casa huele a humedad, a pizza, a abandono. El humo de los cigarros es denso. Hay un desorden absoluto. Platos tirados, veintenas de macetas con flores marchitas, polvo visible.
    –Es la persona que rompió el vidrio de la ventana –dice el hombre de la cerveza.
   Los tres tipos voltean a verme.
    –Mucho gusto –dice el de mayor edad.
   Los otros continúan jugando. Me dan una cerveza. Me siento en el sofá. Miro de soslayo un par de piernas recostadas en una cama en la habitación conjunta. Los tipos están divertidísimos jugando. Miro el par de piernas. Pregunto dónde está el baño. Me señalan con el dedo un cuarto. Me pongo de pie. Y la veo de cuerpo entero. La mujer está durmiendo desnuda. Se ve bella. La miro largo rato.
   Ya no entro al baño. Me dirijo a los hombres:
    –¿Cuánto es por el vidrio roto?
   Hacen ademanes gentiles que significan que ese asunto ya está olvidado, que no me preocupe, que me sienta en confianza.
    –Si eso le hace bien, puede usted romper cuanto vidrio encuentre en la casa –dice el más joven.
   Lo reflexiono un momento.
   Y con mi cerveza voy rompiendo ventanas, loza, la pantalla de la televisión, una mesita de centro. Los hombres ríen. La mujer, a la que miro de soslayo, sigue durmiendo.
    –Gracias –digo, al retirarme. Los hombres están concentrados en su juego. 
    –De nada, pues, fue un placer –dice, por fin, el que me invitara a subir.
   Ya afuera, atino a romper un cristal más de su ventana.







III  

Las luces de neón comienzan a encenderse. 
La noche llega trayendo consigo un viento helado. Me siento en un parque. En mi estómago revolotean innumerables mariposillas que se niegan a salir de mi cuerpo. Echo la cabeza hacia atrás y veo entre los árboles a un elefante rosa. Una tórtola vuela hacia mí.
   Dice.
    –No me gusta volar bajo porque a veces mis alas rozan la tierra.
   Y se va la tórtola. El elefante ha dado un brinco hacia otra rama.
   Me gustaría quedarme por el resto de mis días sentado en esa banca.



  IV

Voy a una iglesia que queda arriba de un cerro. No hay nadie en misa. 
Veo a dos enamorados besándose interminablemente al pie del púlpito. 
Luego, los miro salir tomados de la mano rumbo a la barda que rodea el pequeño santuario. Ella se sienta en el breve muro. Abre sus piernas para que él, de pie, abajo, pueda abrazarla por la cintura. Se besan como si fuera el último día de su vida. De vez en cuando se dicen cosas al oído.
   La noche es demasiado negra.
   Un niño se acerca. Dice:
    –Ya vamos a cerrar, señor, por favor...
   Su palidez es admirable.
   Le acaricio su hirsuto cabello.
   Abandono la iglesia.


V  



Regreso a mi departamento.
   Pongo un caset. De Bob Dylan. Le subo el volumen. ´Death is not the end’, canta el compositor. Pero casi, me digo. Me sirvo otro ron. Y vuelvo a romper el vaso contra la pared. Escucho con fuerza inusitada a Dylan. Death is not the end. Las mariposillas revolotean implacablemente en mi estómago. Dylan canta con dureza. Me recuesto en el sillón. Cierro los ojos. Death is not the end. Veo al perro ciego lanzar enjundioso una mordida que va directamente a mi cuerpo, en mi pierna izquierda, luego en la cintura y en los pulmones, en el brazo y en las rodillas, en mis manos, en mi corazón.






v. r.




4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Enefecto, como [casi] todos los cuentos de Roura incluidos en su libro de 1996, 'La ira de Dios es mayor', publicado por Ediciones del Gallito.. Próximamente subiré uno o dos textos más de él por éste rumbo..
      Gracias por comentar.. Hasta la próxima, Augusto..

      Eliminar
  2. Respuestas
    1. muchas gracias por tu comentario, es muy apreciado; gracias

      Eliminar